Vang Vieng se compone de cerca de tres calles llenas de restaurantes, bares, hostales y sobretodo mucha fiesta.
Desde pasteles de opio, pasando por setas mágicas, y terminado por una cubeta de whisky, los turistas que llegan a esta pequeña localidad de Laos, disfrutan una semana a lo grande. La fiesta comienza nada más llegar al pequeño pueblo de 30.000 habitantes en donde la droga “te la regalan” y una cubeta de alcohol cuesta muy poco dinero, apenas un euro.
Omar Havana es testigo directo de la filosofía de vida que se lleva en esta zona al sudeste de Laos. En una de sus visitas pudo verificar que los turistas que llegan a Vang Vieng sólo buscan fiesta y mucha marcha, aunque algunos también tienen tiempo para disfrutar de una zona paradisíaca llena de naturaleza.
Los lugareños se ‘esconden’ cuando una vez al año, los turistas abarrotan su pueblo. “En las casas de invitados sólo se ve a gente escuchando ACDC o viendo un capítulo de Friends”, asegura Omar.
Laos se ha convertido en una fiesta mortal para muchos mochileros que acudieron allí atraídos por la fiesta sin fin. 27 de ellos no han vuelto para contarlo en el último año. Cuerpos flotando en los ríos, desaparecidos, hospitales que no dan abasto... la situación está tan fuera de control que el Gobierno de Laos, una de las zonas más pobres del mundo, ha creado una unidad especial para vigilar y controlar a los 'turistas zombis'.
Se les llama así porque la mezcla de alcohol y drogas que muchos jóvenes consumen a precios muy bajos les convierte en unos días en casi despojos humanos, que deambulan por el pueblo y que muchas veces encuentran la muerte.
El ‘tubing’ “es una atracción muy peligrosa para los turistas porque no controlan sus movimientos. Con tanto alcohol más de uno pedía ayuda a la hora de bajar por los rápidos”, afirma Havana.
Un agente de seguridad de Laos cobra cerca de 20 euros al mes y para ellos encontrar a un turista con droga les ‘da la vida’.
A tan solo unos pocos kilómetros de Vang Vieng, se encuentran las “peligrosas Ruta 13 y Ruta 7″, y las “Zonas Especiales Saysomboun”, donde entre los años 2003 y 2004, fueron frecuentes los ataques a autobuses y donde al menos doce personas fueron asesinadas en ese año, incluyendo dos ciudadanos suizos que circulaban en sus bicicletas.
“Cansado de no hacer nada en Vang Vieng, decidí visitar la zona de la ‘llanura de las jarras’, a pocos kilómetros de Phonsavan, una de las regiones más bombardeadas de la historia, y atravesar una de esas carreteras ‘peligrosas’, la Ruta 7. Fue en ese autobús repleto de gallinas y cerdos, donde la aventura comenzó. Pocos kilómetros después, empecé a mirar a mi alrededor, buscando imágenes que capturar por el objetivo de mi cámara, todo cambió al ver a ese joven que se sentaba en mi misma fila, pero al otro lado del pasillo. No tendría más de 25 años, aunque no fue su físico lo que me llamó la atención, sino el Kalashnikov que tenía a su derecha. Fueron minutos de pánico, yo era el único turista del autobús y aquella era una zona de guerrilla hmong. Pronto pude respirar, cuando el autobús paró durante unos minutos en uno de los bares de carretera, hasta que ese joven decidió quitarse la chaqueta, y dejar al descubierto, tres granadas de mano y dos pistolas que llevaba alrededor de su cuerpo.”
Havana no sabía donde se metía. En un principio, los nervios y la pasividad de los demás ocupantes hacía que su vida corriera peligro.
“Estuve pensando que hacer, subir de nuevo al autobús, o ese era el final de mi viaje, yo intentaba preguntar a la gente local, quién era esa persona, pero nadie me contestaba. Al final subí, y no se si por los nervios, el miedo, o la razón que fuera, empecé a disfrutar del viaje, aquello si era una aventura, y al final, no sé que era más peligroso, si ese chaval con un rifle, dos pistolas y tres granadas, o aquel autobús sin ventanas que se salía en todas las curvas de la carretera. Seis horas después, por fin respiré, había llegado a Phonsavan.”
Desde pasteles de opio, pasando por setas mágicas, y terminado por una cubeta de whisky, los turistas que llegan a esta pequeña localidad de Laos, disfrutan una semana a lo grande. La fiesta comienza nada más llegar al pequeño pueblo de 30.000 habitantes en donde la droga “te la regalan” y una cubeta de alcohol cuesta muy poco dinero, apenas un euro.
Omar Havana es testigo directo de la filosofía de vida que se lleva en esta zona al sudeste de Laos. En una de sus visitas pudo verificar que los turistas que llegan a Vang Vieng sólo buscan fiesta y mucha marcha, aunque algunos también tienen tiempo para disfrutar de una zona paradisíaca llena de naturaleza.
Los lugareños se ‘esconden’ cuando una vez al año, los turistas abarrotan su pueblo. “En las casas de invitados sólo se ve a gente escuchando ACDC o viendo un capítulo de Friends”, asegura Omar.
Laos se ha convertido en una fiesta mortal para muchos mochileros que acudieron allí atraídos por la fiesta sin fin. 27 de ellos no han vuelto para contarlo en el último año. Cuerpos flotando en los ríos, desaparecidos, hospitales que no dan abasto... la situación está tan fuera de control que el Gobierno de Laos, una de las zonas más pobres del mundo, ha creado una unidad especial para vigilar y controlar a los 'turistas zombis'.
Se les llama así porque la mezcla de alcohol y drogas que muchos jóvenes consumen a precios muy bajos les convierte en unos días en casi despojos humanos, que deambulan por el pueblo y que muchas veces encuentran la muerte.
El ‘tubing’ “es una atracción muy peligrosa para los turistas porque no controlan sus movimientos. Con tanto alcohol más de uno pedía ayuda a la hora de bajar por los rápidos”, afirma Havana.
Más vigilancia con las drogas a partir de ahora
Uno de los problemas que tiene Vang Vieng es la poca o nula seguridad que hay. Muchos de los policías que rigen el pueblo cuando empieza la fiesta vigilan muy de cerca a los turistas en busca de ‘pillarles’ con las manos en la masa. “Como la droga es muy fácil de encontrar, la policía está al tanto y si te pillan con algo de droga te piden 1000 euros como compensación.”Un agente de seguridad de Laos cobra cerca de 20 euros al mes y para ellos encontrar a un turista con droga les ‘da la vida’.
A tan solo unos pocos kilómetros de Vang Vieng, se encuentran las “peligrosas Ruta 13 y Ruta 7″, y las “Zonas Especiales Saysomboun”, donde entre los años 2003 y 2004, fueron frecuentes los ataques a autobuses y donde al menos doce personas fueron asesinadas en ese año, incluyendo dos ciudadanos suizos que circulaban en sus bicicletas.
“Cansado de no hacer nada en Vang Vieng, decidí visitar la zona de la ‘llanura de las jarras’, a pocos kilómetros de Phonsavan, una de las regiones más bombardeadas de la historia, y atravesar una de esas carreteras ‘peligrosas’, la Ruta 7. Fue en ese autobús repleto de gallinas y cerdos, donde la aventura comenzó. Pocos kilómetros después, empecé a mirar a mi alrededor, buscando imágenes que capturar por el objetivo de mi cámara, todo cambió al ver a ese joven que se sentaba en mi misma fila, pero al otro lado del pasillo. No tendría más de 25 años, aunque no fue su físico lo que me llamó la atención, sino el Kalashnikov que tenía a su derecha. Fueron minutos de pánico, yo era el único turista del autobús y aquella era una zona de guerrilla hmong. Pronto pude respirar, cuando el autobús paró durante unos minutos en uno de los bares de carretera, hasta que ese joven decidió quitarse la chaqueta, y dejar al descubierto, tres granadas de mano y dos pistolas que llevaba alrededor de su cuerpo.”
Havana no sabía donde se metía. En un principio, los nervios y la pasividad de los demás ocupantes hacía que su vida corriera peligro.
“Estuve pensando que hacer, subir de nuevo al autobús, o ese era el final de mi viaje, yo intentaba preguntar a la gente local, quién era esa persona, pero nadie me contestaba. Al final subí, y no se si por los nervios, el miedo, o la razón que fuera, empecé a disfrutar del viaje, aquello si era una aventura, y al final, no sé que era más peligroso, si ese chaval con un rifle, dos pistolas y tres granadas, o aquel autobús sin ventanas que se salía en todas las curvas de la carretera. Seis horas después, por fin respiré, había llegado a Phonsavan.”
No hay comentarios:
Publicar un comentario